Tradicionalmente se ha entendido
didáctica dentro de un ámbito escolar, con el aprendizaje del alumnado, de
modo, que la didáctica ha ido evolucionando a medida que se desarrollaba el
mundo del colegio.
Pero, desde mi punto de vista, el
término educativo se puede extrapolar, y de hecho se extrapola, a todos los
ámbitos de la sociedad. Por esa razón, llevamos todo el curso hablando y
desarrollando la idea de acciones e intervenciones socioeducativas.
Es decir, podemos decir que, la
didáctica es una disciplina que estudia los procesos de enseñanza-aprendizaje
que se producen en cualquier ámbito de comunicación intencional, ya sean
escolares o extraescolares.
De este modo, empezamos a
entender qué hace una asignatura como didáctica en un grado como educación
social, que se va a desarrollar principalmente, fuera del contexto de educación
escolar, pero siempre de la mano de procesos educativos. Podemos decir que un
proceso educativo es todo aquello que conlleva una transformación en alguna
capacidad de la persona a educar. Esta definición, observa el término enseñanza desde el punto de vista de la
eficacia, o lo que es lo mismo, entendemos enseñanza
siempre y cuando exista aprendizaje. Una
comunicación que, para que exista, tiene que tener un canal común, para que
receptor y emisor puedan entenderse.
Así, podemos decir, que la
didáctica, dentro de la educación social, se encargará de orientar la acción
educativa, que para nosotros es la base de nuestro trabajo, es el pilar
fundamental de nuestros actos a la hora de intervenir.
Una didáctica sin educación
social será como un ciego sin perro lazarillo, sin orientación en el mundo. En
mi opinión sería una didáctica inútil, que no es capaz de solucionar los
diferentes problemas educativos de los sujetos.
Si pensamos en una educación
social libre e ideal, sin ataduras en ningún sistema político-social concreto,
podríamos pensar que la didáctica nos da oportunidades de aprendizaje
diferentes para cada entorno y para cada contexto. Desgraciadamente, tenemos
que tener en cuenta que estamos atados a una serie de leyes, de ayudas y de
políticas sociales que van a definir nuestra actuación, y que van a reglar
nuestro trabajo de forma que la iniciativa propia y la originalidad quedan
relegadas a la iniciativa y la originalidad de un señor sentado en un sillón de
oficina y con una buena cartera ministerial de piel.
Así, y desde mi punto de vista,
la alienación es total con respecto a los profesionales de la intervención educativa;
nuestro libre albedrío queda eliminado y casi nos convertimos en espejos del
estado, que marca dogmáticamente lo que tenemos y no tenemos que hacer.
Prácticamente desechamos el término social para convertirnos en Educadores
Políticos, en comerciales que buscamos vender por todos los medios lo “bueno
que es el estado”. Ya que, al fin y al cabo, todo es mercado. Ya que, al fin y
al cabo, todo es mercado.
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