Más de veinte días después de
irnos de vacaciones, vuelvo a la vida en esto de escribir, y espero no haber
dejado atrás muchos conceptos, ya que, esto sigue y además, se refuerza, ya que
se sigue dando materia y además, empezamos a sentir la presión de las
evaluaciones.
Encima, se une a esas fechas de
agobios un clásico en nuestro mundo: las rebajas. La semana grande de la sociedad
de consumo. Como si unimos los San Fermines, la Semana Santa y el Rocío, pero
en el sistema capitalista. El mercado baja los precios de manera sospechosa
para que todo el mundo salga a la calle, cual 15-M, para hacer una revolución a
favor de los precios por los suelos, y esto, la verdad es sospechoso.
Además, comparaba las rebajas con
los San Fermines, porque, al igual que los segundos, nos encontramos a bravos y
peligrosos mamíferos que bien podrían ser protagonistas de uno de los mejores capítulos
de un National Geographic: los comprador@s compulsiv@s. Ese espécimen que queda
dormitando, como si fuera un oso, en estado de hibernación, durante la mayor
parte del año, pero que se despierta con la fuerza de un león en las épocas del
año llamadas rebajas.
Comparo todo con animales porque
en estas temporadas dejamos atrás nuestro lado humano, las ciudades y su
parafernalia de lucecitas navideñas, y nos imbuimos en esas selvas de hormigón llamados
Centros Comerciales, o en su defecto, en la Calle Sierpes, y no seriamos buenos
animales sino buscásemos el pan nuestro de cada día.
Pues bien, por esta razón, en
todas estas situaciones podemos encontrar un perfecto McDonald’s, un Burguer
King, o un 100 Montaditos (nacional pero cabe recordar que su negocio es
claramente una importación). Todos ellos cotos de caza privados para que
nuestro ejemplar de comprad@r compulsiv@ tenga su ración diaria de consumismo.
Y además, nos hacen creer que
esto es una tarde perfecta, tarde de rebajas y para finalizar fast-food. Una reeducación
que ha llegado a nuestras calles poco a poco, sin darnos cuenta, lo que se
llama, una invasión silenciosa de esa especie parasitaría, y además,
artificial. Como el mejillón cebra, o el cangrejo de río, o la famosa introducción
del conejo en Australia.
Ello me hace reflexionar sobre la
educación de la sociedad, la bravura que tiene la especie a estudiar en pleno
Corte Inglés o la ansiedad que tiene cuando engulle esa(s) impresionante(s)
hamburguesa(s) a un euro (que normalmente son más de una).
Cabe destacar también, que es,
desde mi punto de vista, imposible cambiar esto, ya que la gran cabeza de
nuestra sociedad (el mercado) nos pide, más bien nos exige, ser así. Para vivir
donde vivimos, para que todo esto siga así, nos dicen que el sistema no debe
cambiar, que el consumismo tiene que poseernos, que las bestias de las rebajas
deben de seguir en las calles, como si viviéramos en la exitosa serie The
Walking Dead.
Y, es que, los comprador@s
compulsiv@s empiezan a transformarse de animales bravos y salvajes a zombis,
porque recordemos que un animal se guía por el instinto mientras que un zombi
no se guía, solo quiere comer y comer.
Antes comprábamos en rebajas,
porque estaba barato y porque nos gustaba algo; ahora, en plena crisis,
compramos porque sí, simplemente porque estamos en rebajas. Antes comíamos en los
restaurantes citados porque nos entraba hambre, o porque nos apetecía un poco
de comida basura; ahora, en plena crisis, comemos en estos restaurantes, porque
sí, porque si no sería una tarde completa de compras, y porque esos montaditos
y esas hamburguesas a un euro, son, fíjate que locura, demasiado dulces.
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